50 Calaveritas Literarias para las Maestras a todo dar, que les puedes dedicar este Día de Muertos sin Fallar
En el aula la maestra brillaba, con su risa nos hacía aprender, pero la Muerte, astuta y callada, decidió que era hora de volver.
Un día llegó con un disfraz, y entre risas nos hizo temblar, la maestra pensó que era un compás, pero ya venía para llevar.
Hoy enseña en un reino lejano, donde el saber nunca se acaba, aunque en el aula hay un hueco humano, su legado jamás se deslava.
Doña Clara, siempre activa, con libros llenos de ilusión, la Muerte llegó sin ser cautiva, y la llevó a su propia lección.
En su clase todo era magia, los cuentos volaban al volar, pero la Muerte, en su estrategia, decidió que era tiempo de zarpar.
Ahora narra en el cielo estrellado, donde las letras nunca se acaban, y aunque la extrañamos, el legado, sus historias jamás se desgastan.
Maestra de ciencias, exploradora, con su bata y su gran pasión, la Muerte vino con su aurora, y la llevó a otra dimensión.
Entre frascos y fórmulas brillantes, su risa era pura inspiración, pero la Parca, en sus instantes, decidió llevarla en su misión.
Hoy investiga en el firmamento, entre estrellas y planetas danzantes, su saber vive en cada aliento, de quienes aprendieron sus cantantes.
La maestra de arte, colorida, nos enseñaba a crear sin cesar, pero la Muerte, en su despedida, decidió que era tiempo de marchar.
Entre pinceles y grandes lienzos, sus obras dejaban huella en el aire, pero un día, en un giro intenso, la Muerte la llevó a un nuevo baile.
Ahora pinta en los cielos abiertos, con estrellas que brillan sin fin, aunque aquí la extrañamos, ciertos, su arte siempre será nuestro festín.
Doña Teresa, con gran ternura, nos enseñaba a ser compasivos, pero la Muerte, en su locura, decidió que era hora de estar vivos.
Con sus cuentos llenos de amor, hacía vibrar cada corazón, pero un día, llegó el invasor, y la llevó a otra dirección.
Hoy cuenta historias a los ángeles, donde el amor no tiene medida, aunque la extrañamos en los umbrales, su espíritu vive en nuestra vida.
La maestra de matemáticas, sabia, con números siempre en su mente, pero la Muerte, como una trampa, la llevó sin que nadie lo sienta.
Entre ecuaciones y retos constantes, hacía que todos quisiéramos aprender, pero la Parca, en sus instantes, decidió que era tiempo de ceder.
Ahora calcula en el infinito, donde las cifras jamás se agotan, y aunque la extrañamos en su rito, su saber en el alma se nota.
Maestra de historia, guardiana, nos enseñaba del ayer sin par, pero la Muerte, con su canana, la llevó a su viaje estelar.
Con relatos de héroes y pasiones, hacía que el tiempo pudiera volar, pero un día, en sus decisiones, la Parca decidió que debía marchar.
Hoy cuenta en un templo antiguo, donde los ecos resuenan sin fin, aunque aquí la extrañamos, el brillo, de sus historias siempre será un festín.
La maestra de inglés, viajera, con acentos y risas nos llenó, pero la Muerte, en su primavera, decidió que era hora de volar.
En su clase, el mundo era pequeño, los idiomas danzaban al hablar, pero la Parca, con su diseño, la llevó a un lugar sin par.
Hoy enseña en un país de ensueño, donde las lenguas se abrazan con fe, y aunque la extrañamos, su pequeño, legado en nosotros vive, lo sé.
Doña Paula, con su energía, en la educación, un verdadero faro, pero la Muerte, en su fantasía, decidió que era hora de un claro.
Con su risa y su amor sincero, nos enseñaba a ser siempre mejor, pero un día, sin ningún pero, la Parca vino con su fulgor.
Hoy brilla en el cielo estrellado, guiando a los que quieren aprender, aunque la extrañamos en su legado, su luz siempre va a florecer.
La maestra de música, melodía, con sus notas nos hacía soñar, pero la Muerte, en su algarabía, decidió que era hora de marchar. Entre acordes y ritmos vibrantes, su voz llenaba el aire de paz, pero un día, en sus instantes, la Parca vino y dijo: “Es ya.”
Hoy canta en un coro eterno, donde los ángeles danzan sin fin, y aunque la extrañamos en este invierno, su música vive en nuestro jardín.
Doña Lucía, con su gran paciencia, nos guiaba en cada lección, pero la Muerte, con su presencia, decidió que era hora de una acción. Con su amor, nos enseñó a leer, y a soñar con palabras y versos, pero la Parca, sin un porqué, la llevó a nuevos universos.
Ahora comparte con los poetas, en un rincón donde no hay dolor, aunque aquí la extrañamos, recetas, su esencia vive en nuestro amor.
La maestra de filosofía profunda, nos hacía cuestionar todo a su alrededor, pero la Muerte, en su segunda, decidió que era hora de un nuevo clamor. Con preguntas que abrían la mente, nos llevó a pensar más allá, pero un día, en su andar valiente, la Parca vino y dijo: “Ya.”
Hoy dialoga con las estrellas, en un foro donde la razón vuela, y aunque la extrañamos en las huellas, su sabiduría siempre nos consuela.
Maestra de lengua, tan brillante, nos enseñaba a rimar sin cesar, pero la Muerte, en su paso constante, decidió que era hora de callar. Entre versos y cuentos de antaño, su voz llenaba el aula de magia, pero un día, en su extraño año, la Parca vino y no hubo nostalgia.
Hoy susurra entre letras doradas, donde los sueños nunca se van, y aunque aquí la extrañamos, en jornadas, su poesía siempre brillará.
La maestra de educación física, nos enseñaba a ser fuertes y sanos, pero la Muerte, en su risa mística, decidió llevarla a otros planos. Con juegos y risas, llenaba el día, cada clase era pura energía, pero la Parca, con su sutil poesía, la llevó a una nueva melodía.
Hoy corre entre campos de flores, donde nunca hay un final, y aunque la extrañamos en nuestros amores, su fuerza vive en cada ideal.
Maestra de danza, con pasos sutiles, nos enseñaba a mover el corazón, pero la Muerte, en sus perfiles, decidió que era hora de una canción. Con su arte, llenaba el escenario, cada pirueta era pura emoción, pero un día, sin aviso y sin horario, la Parca llegó con su decisión.
Hoy baila entre luces estrelladas, en un escenario donde brilla el sol, y aunque aquí la extrañamos, sus jornadas, dejan huella en nuestro interior.
La maestra de geografía, sabia, nos mostró el mundo en un mapa, pero la Muerte, en su travesía, decidió que era hora de una zapa. Con cada rincón, su voz nos guiaba, explorando culturas y más, pero un día, en su ruta encantada, la Parca vino y dijo: “Adiós, paz.”
Hoy viaja por tierras lejanas, donde el horizonte nunca termina, y aunque la extrañamos en las mañanas, su espíritu nos anima y nos ilumina.
Doña Elena, con su sabiduría, nos enseñaba a ser generosos, pero la Muerte, en su melodía, decidió que era tiempo de otros gozos. Con sus consejos llenos de amor, hacía brillar el corazón, pero un día, en su andar sin temor, la Parca vino con su razón.
Hoy esfarza entre luces divinas, donde la bondad nunca se esconde, y aunque aquí la extrañamos en nuestras rutinas, su legado en nosotros responde.
La maestra de informática, experta, nos enseñaba a navegar sin cesar, pero la Muerte, con su puerta, decidió que era hora de zarpar. Entre códigos y grandes pantallas, su luz iluminaba cada rincón, pero un día, sin más batallas, la Parca llegó sin compasión.
Hoy crea en un mundo digital, donde el saber nunca tiene fin, y aunque la extrañamos en el umbral, su legado vive en nuestro sentir.
Doña Sofía, con su risa dulce, nos llenaba de amor y alegría, pero la Muerte, en su repulso, decidió que era hora de otra vía. Con su abrazo, todo era posible, nos enseñaba a soñar en grande, pero un día, en su andar visible, la Parca llegó y nunca se expande.
Hoy ríe en un cielo de caramelo, donde los sueños nunca se apagan, y aunque la extrañamos en el anhelo, su amor en nosotros siempre se fragua.
La maestra de educación artística, nos enseñaba a crear sin final, pero la Muerte, en su mística, decidió que era hora de un umbral. Con cada trazo y cada color, su pasión nos llenaba de luz, pero un día, en su viaje de amor, la Parca vino, y no hubo cruz.
Hoy pinta en un lienzo eterno, donde la imaginación vuela sin fin, y aunque aquí la extrañamos, en su invierno, su arte vive en cada latir.
En el aula brillaba su voz, la maestra, figura de amor, pero la Muerte llegó veloz, y ahora enseña desde su flor.
Doña Ana, con su sabiduría, hacía aprender con gran pasión, pero la Parca, en su melodía, la llevó a una nueva lección.
Maestra Clara, siempre sonriente, con sus clases llenas de alegría, la Muerte la vio tan decente, y se la llevó en su sintonía.
A la maestra de matemáticas, la Muerte le hizo un examen, sus fórmulas son tan prácticas, que a la Eternidad ya le enseñan.
Doña Rosa, en su tiza brillante, dibujaba mundos con gran destreza, pero un día llegó un visitante, y la llevó a la gran belleza.
La maestra de historia, un encanto, con relatos que hacían soñar, pero la Muerte, en un triste canto, decidió que era hora de marchar.
Maestra de arte, tan creativa, pintaba la vida en mil colores, pero la Parca, con su perspectiva, la llevó a explorar nuevos albores.
En su clase de ciencias, un viaje, la maestra nos enseñó a volar, pero la Muerte, en su último traje, dijo: "Es hora de descansar."
A la maestra de lengua, tan sabia, le gustaba enseñar a rimar, pero un día, con su voz de labia, la Muerte vino a interrumpir su hablar.
Doña Marta, de la educación, con su amor nos hacía brillar, pero la Parca, sin compasión, decidió que ya era de marchar.
En el aula, su risa encantada, la maestra iluminaba el lugar, pero un día, en su jornada, la Muerte vino a visitar.
La maestra de danza, un poema, movía los cuerpos con gran pasión, pero la Muerte, en su eterno esquema, la llevó a su última función.
Maestra de música, melodiosa, con sus notas llenaba el rincón, pero la Parca, en su danza hermosa, la llevó a un nuevo acorde en canción.
Doña Teresa, la maestra amada, con cuentos de hadas nos hacía soñar, pero la Muerte, en su entrada, la llevó a un cuento sin par.
La maestra de geografía, nos mostró el mundo en un atlas, pero la Muerte, con su sintonía, la llevó a recorrer nuevas plazas.
A la maestra de educación física, le encantaba correr y saltar, pero la Muerte, en su risa mística, decidió que debía descansar.
Doña Lucía, con su gran paciencia, nos enseñó a leer con fervor, pero la Muerte, con su presencia, la llevó a un libro de amor.
La maestra de inglés, tan brillante, con acentos nos hacía volar, pero la Parca, en un instante, la llevó a un viaje sin par.
Doña Paula, con su gran ternura, hacía de la vida una canción, pero la Muerte, en su locura, decidió llevarla en su avión.
La maestra de filosofía, nos llenaba de ideas a mil, pero la Muerte, en su lejanía, la llevó a un nuevo perfil.
Maestra de teatro, una estrella, con sus actos nos hacía reír, pero la Muerte, en su centella, decidió que era tiempo de partir.
Doña Elena, con su gran pasión, nos enseñaba a soñar despiertos, pero la Muerte, en su lección, la llevó a mundos cubiertos.
La maestra de cocina, tan tierna, nos enseñó a mezclar sabores, pero la Muerte, en su eterna, la llevó a cocinar sin temores.
Doña Leticia, con sus historias, nos llenaba de vida y de amor, pero la Muerte, en sus memorias, la llevó a escribir su nuevo clamor.
Maestra de biología, un saber, nos enseñó sobre la creación, pero la Muerte, sin titubear, la llevó a una nueva misión.
Doña Sofía, con su luz radiante, nos guiaba en cada lección, pero la Muerte, con su paso constante, la llevó a una nueva canción.
La maestra de idiomas, viajera, nos enseñó a hablar sin parar, pero la Muerte, con su manera, la llevó a nuevas tierras a explorar.
Maestra de filosofía, con su saber, nos hacía cuestionar sin cesar, pero la Muerte, en su último ayer, decidió que era hora de callar.
Doña Patricia, la gran mentora, nos enseñó a ser siempre mejor, pero la Muerte, en su aurora, la llevó a ser parte del amor.
La maestra, símbolo de vida, con su pasión nos hizo crecer, pero la Muerte, en su partida, nos dejó su legado a aprender.
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